el frío que desmenuza las flores
que la primavera olvidó en mi mano.
De ese acento travieso que me dijo que volviera,
una voz cálida entre la niebla cantaba
que de la lluvia me deshiciera,
antes de que se tornase agua salada.
Del rastro a jazmín
que posa en el henchido vaso de vino,
los torpes y ebrios latidos
que más anhela el corazón mío.
Del vacío de la ausencia en la que me encuentro cautivo,
que siendo breve llenaba el mundo,
que habiendo muerto me condena a seguir vivo.
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